Hace unos días saltaba la noticia que no dejó a nadie indiferente:
La ONU insta a comer insectos para combatir el hambre en el mundo…
La FAO, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, sostiene que comer insectos puede ser una posible solución al hambre en el mundo. Un extenso y completo informe del organismo publicado hoy indica que muchas especies tienen tantas proteínas como la carne y que su producción es barata, y anima a su consumo, tanto por seres humanos como por animales.
Inevitablemente al leer la noticia se me apareció la imagen de las Hormigas culonas que nos trajeron al restaurante nuestros Queridos Clientes, El Presidente Colombiano Belisario Betancourt y su esposa Dalita Navarro, que son un manjar en Colombia, fuente de proteina y por lo que parece afrodisíacas!! Las culonas, como se les conoce por su abdomen abultado, se recolectan durante los meses lluviosos de abril y mayo, la costumbre de comerlas fue heredada del imperio Guanes, un pueblo indígena que habitó la planicie conocida como la Mesa de los Santos, al sur de Santander, hace más de 500 años. A mi me impresionaron, y recuerdo su sabor tostado, que me recordó al maíz crujiente , conocido como Kikos.
Otro recuerdo al leer la noticia, es la impresión que me causó la primera vez que fui a visitar el controvertido puesto de insectos que montaron en la Boqueria, hoy ya desaparecido, y que en su momento generó un debate mas que intenso, de echo traslado hoy al cuaderno de Santi, un articulo donde hace mención a tal noticia …..
Que Se Hable De Mí…..
Este mediodía, almorzando con mi equipo de cocina y sala, se ha armado un pollo al enterarnos de la noticia de que en el Mercado de la Boqueria de Barcelona se ha instalado un puesto de venta de insectos. La discusión ha sido acalorada. A la hora del café, se ha llegado a decir que un puesto de estas características obedece a fines puramente propagandísticos. Otros comensales, en cambio, se han mostrado partidarios de probar el sabor de estos animalitos , sosteniendo que estos productos enriquecían la oferta. En definitiva, había opiniones para todos los gustos, pero lo cierto es que los del nuevo puesto de la Boqueria habían conseguido que se hablaran de ellos.
Un gusanito dentro de un piruleta, saltamontes fritos y larvas crujientes no resultan precisamente demasiado atractivos para nuestra cultura gastronómica. Cada pueblo tiene su particular manera de comer y guisar; además, el entorno natural tiene un peso determinante en nuestro paladar, y por ello somos propensos a amar determinados sabores y mezclas o repudiarlos. Mientras los chinos se comen la carne de perro y los Vietnamitas se beben la sangre de serpiente, nosotros nos comemos los caracoles » a la brutesca» o saboreamos las cabezas de una gamba, hecho imposible en EE.UU, en cuyas pescaderías sólo se venden las colas.
No resulta fácil cambiar las costumbres, a pesar de que el mundo se haya vuelto pequeño gracias a la movilidad de personas y productos. Las personas viajamos, y como turistas se nos despierta la curiosidad, pero, ¡ atención !, las cocinas viajan mal. Con el discurso de la defensa de la diversidad, el mestizaje y el intercambio cultural, corremos el riesgo de conocer poco y mal lo de fuera a la vez que incurrimos en un nuevo tipo de analfabetismo; el desconocimiento de la cultura gastronómica propia. Me preocupa que desde posiciones pretendidamente progresista se ridiculize lo tradicional en pro del descaro estético.
No se trata de ser tradicionales o conservador en materia culinaria. Me encantan las personas que se informan de quiénes son los productores de los alimentos que compran y que optan por productos frescos y de temporada. Así se favorece una agricultura ecológica y un consumo responsable, que renuncia a los envases de poliuretano a cambio del cartón reciclado. la promoción de una agricultura que no usa substancias tóxicas, que fomenta el empleo rural, el ahorro de agua, una agricultura no contaminante, que no desertiza la tierra, contribuye a aumentar la calidad de vida y beneficia la salud. Esta actitud es lo que llamé la Ética del gusto en mi primer libro, defendiendo una revolución que se basa en la biodiversidad y aborrece el esnobismo sin escrúpulos que, conscientemente o inconcientemente, carece de alma y sólo prima el euro.