GORRONES
Robin Dunbar es un antropólogo y biólogo británico especializado en el estudio del comportamiento social de los primates, que a menudo nos permite comprender mejor nuestro propio comportamiento. Una de sus aportaciones más conocidas es el “número de Dunbar”, es decir, el número máximo de humanos con los que podemos mantener una relación social estable, que es de unos 150. Pero, además Dunbar ha estudiado los orígenes del lenguaje e incluso el “repertorio religioso universal”. Uno de sus interesantes artículos muestra que la generosidad de los varones en el momento de hacer un donativo es mayor cuando una mujer los observa que si hay otro varón o no hay nadie observando. Igual de fascinante me resulta su libro sobre la evolución del lenguaje, Grooming, Gossip and the Evolution of Language, en el que habla de los gorrones como una carga para el grupo, que se defiende de ellos mediante el lenguaje.
Sin ser un experto, he podido observar durante décadas en el mundo de la hostelería que siempre suelen ser las mismas personas las que abonan la cuenta, tanto si se trata de un café como de una opípara comida en un restaurante de alto copete. Por el contrario, existe también un perfil de charlatán que vive del cuento, cantamañanas, que nunca encuentra la cartera o siente unas súbitas ganas de ir al baño cuando es la hora de pagar, y que siempre asiste a las inauguraciones, donde se junta en manada con sus semejantes para arrasar las bandejas de canapés. No crea el lector que generosidad y gorronería son sinónimas respectivamente, de opulencia y pobreza: existen, ¡vaya si existen!, numerosos gorrones de guante blanco.
De todos modos, por distinguidos que sean, los gorrones acaban con la paciencia de cualquiera, incluso de los más delicados (permitan que les cite a Lao Tse: “un gran país debe gobernarse con delicadeza, como se asa el pescado pequeño”). Si, como dijo otra ilustre antropóloga, Margaret Mead, “somos nuestra cultura” y nuestra cultura se refleja en nuestro modo de alimentarnos, ¿qué podemos pensar de un mundo donde los gorrones se comen nuestras reservas, se aprovechan de los bienes comunes sin aportar nada a cambio y nos dan gato por liebre? La preocupación de una generación por la generación siguiente es uno de los rasgos que, para José Antonio Marina, definen el grado de inteligencia de una sociedad y de una cultura. Y los gorrones no se preocupan más que de sí mismos.
Siempre he pensado que la cocina es la antítesis de la gorronería: cocinar no tiene sentido como actividad egoísta, sino que se cocina para los demás. Cocinar y comer juntos es compartir el sustento material y también el alimento espiritual. Alrededor de la mesa se comparten el pan y la palabra. No dejemos que los gorrones nos lo arrebaten.