SENTIDOS, SENTIMIENTOS Y EMOCIONES
Los amantes estaban sentados en la terraza de la habitación 521 del hotel Bellevue Syrene de Sorrento. Aquella noche habían cenado unos delicados antipasti, seguidos de unos raviolis de pera con queso ahumado y unos macarrones a la genovesa y, como plato fuerte, pez espada a la brasa envuelto en hojas de limonero. La cena había transcurrido en el patio de la Antica Trattoria, mientras sonaba una música que los trasladaba a un Nápoles sin tiempo. Nápoles es una ciudad para amarse, como Sevila, donde las identidades se funden al son de una guitarra.
En Nápoles se vive bien a pesar de tanta droga, especulación y miseria encubierta. Así, por ejemplo, un conocido quiosquero, Pascale, apodado il Criminale, vive sin documentos de ningún tipo, circula en moto sin carné, vende películas chinas a los carabineros y saborea los helados de vainilla como un niño goloso. Nápoles es un mundo aparte, dominado por la Camorra (como relata Roberto Saviano en su libro Gomorra). Reflejo de un desorden, una estética, una pizza y unos tomates adorables. Nápoles me fascina, como toda la Campania con su cocina de calabacines en flor, pescados y aceite del Mediterráneo, tan simple como una ensalada de mozzarella con albahaca y unos mejillones al vapor como los que preparan en Necano.
La cocina tiene una capacidad tal de seducción, de dar placer alas sentidos, que hay quien proclama que la cocina es amor o, por lo menos, sentimiento. Según Erich Fromm, el amor es un arte que emprende y se aprende, así como un estado mental orgánico. Los sentimientos son estados afectivos perdurables, de menor intensidad que las emociones, pero nos ayudan a entender nuestra felicidad básica si queremos encontrar sentido a la vida. La cocina genera impulsos emocionales. ¿Has llegado a llorar comiendo? ¿No has tenido percepciones inexplicables?
A los turistas motivados por la gastronomía, es decir, por la búsqueda de unos sentimientos y unas emociones, no se les puede aplicar esta injusta diatriba de Don Miguel de Unamuno:” ¿Hay algo más azorante, más molesto, más prosaico que el turista? El enemigo de quien viaja por pasión, por alegría o tristeza, para recordar o para olvidar, es el que viaja por vanidad o por moda, es el horrible e insoportable turista que se fija en el empedrado de las calles, en las mayores o menores comodidades del hotel y en la comida de este. Porque hay quien viaja, horroriza el tener que decirlo, para gustar las distintas cocinas”. En nuestra sociedad, comer ya no es sólo alimentarse para satisfacer necesidades biológicas, sino
que, a través de lo físico, de un arte comestible, intentamos llegar al alma o conciencia.
Los amantes terminaron la botella de amarone de Valpolicella y se fueron a dormir. Soñaron aquella noche con un mundo mejor, más justo, donde personas responsables y libres compartiesen los alimentos sin romper los corazones de ningún ser humano en ninguna parte del planeta.